Hace unos días mi estupenda y maravillosa amiga Claudia me invitó al instituto donde imparte clase para que hablara con sus alumnas de primero de bachiller sobre mi experiencia académica. Luego llamé a Víctor y le conté lo bien que había ido. Y como siempre, me animó para escribir sobre un tema que mencioné en esas charlas, pero en el que no profundicé demasiado: el miedo.
En diferentes etapas de mi vida el miedo ha estado presente, pero no es hasta que me preparé aquello que quería decir, que pude verbalizar los dos tipos de miedo que he sentido a la hora de tomar decisiones. Primero, el miedo a equivocarme, a fracasar (sea lo que sea eso), a verme atrapada haciendo algo que no deseo. El segundo es el miedo a hacer lo que en teoría me gusta y no ser lo suficientemente buena. ¿Si hago lo que se supone que me gusta pero no soy lo suficientemente buena, qué me queda? Mas que una retahíla de explicaciones a mis padres, amigas y gente curiosa. Porque en mi caso, muchas veces, hacer lo que me gusta (fuera o no consciente de que eso era a lo que quería dedicar mi tiempo) ha implicado dar una serie de explicaciones sobre a dónde me tenía que llevar ese camino y cómo me iba a beneficiar (en términos productivos). Algo para lo que, por supuesto, no tenía respuesta. Porque las personas que velan por mí y por mi futuro desean estabilidad para ambas partes. Para ellas y para mí. Pero lo cierto es que haga lo que haga, tome la decisión que tome, nada es garantía de nada y yo, hoy por hoy, sólo soy capaz de decidir en base a mis intereses y mi intuición. ¡Qué importante la intuición! Y a veces esto no basta a las personas que te rodean, pero he aprendido, voy aprendiendo, a que me baste a mí.
He estado casi diez años (si no más) basando mis decisiones en una falsa racionalización, que me ha aportado una falsa sensación de control y muchos disgustos por no poder cumplir con las expectativas de nadie. No creo que llegue tarde a disfrutar de las elecciones irracionales, intuitivas, absurdas, que desee tomar a partir de ahora. No se puede llegar tarde a una misma, por suerte. Me queda el placer de equivocarme porque me queda el placer de elegir hacerlo (o no) y ser consecuente con ello. Desde el deseo y la voluntad de hacer. Desde mis 26 años, que no son mis 16 ni mis 23. Por eso no me arrepiento de todo lo bueno y lo malo que lo he podido hacer anteriormente. Entonces no sabía lo que ahora sé ni tenía los referentes que ahora tengo. ¡Qué importante tener referentes! Me sé tremendamente afortunada porque muchos de éstos son mis amigas y aprendo tanto con ellas…
Es desde el paso del tiempo, la observación y la acción, que todo cobra sentido, porque todo se mueve, pero yo también.
“ — ASÍ QUE — // MUUUUUUUUUUÉVANSE A UN LADO // aquí vienen las VACAS A VIVA VOZ ¡ya MISMUUUUU! // Muuuuuuuuuuuévanse por looooooos silencios // Muuuuuuuuuuuévanse en las Bibliotecas // VACAS A VIVA VOZ en los bosques sagrados (¡shhh! ¡no despierten a papá!) // MUUU-UUU-UUUÉVANSE hacia allá, / MUUUUUévanse de una vez, / ¡SALTEN! sobre la / ¡luuuUUUUUNA!”*
— Desde la quietud no llegué donde quise estar. — Pero estar mal y fatigada y ansiosa es también proceso. — A veces, la mejor decisión que una puede tomar es esperar. — ¿Sentada? — Esperar sentada o esperar haciendo, sin más pretexto que ir haciendo. Sentirnos a gusto con la persona que decidimos ser, convertirnos, compartir,… — ¿Y la incertidumbre? — Por eso el ir haciendo. — ¿Es el movimiento un privilegio? No el movimiento en sí, sino decidir moverse.
Regreso al miedo. Quizá es algo muy personal para abordarlo como cuestión política, o quizá es demasiado político como para responsabilizar a una persona de sus miedos.
Yo también tengo miedo a equivocarme con las palabras. Pero no escribir, decidir no escribir por miedo a no hacerlo bien o por miedo a la opinión de otras sería una mierda bien grande.
*Del poema Vacas a viva voz de Ursula K. Le Guin.